La disolución sutil, fase de la apariencia.
La disolución sutil – Fase de Apariencia según Ponlop Rinpoché, Padmasambhava y Chögyam Trungpa
La llamada fase de apariencia constituye el primer estadio de la disolución sutil en el proceso del morir. Después de que los elementos burdos han ido replegándose —tierra en agua, agua en fuego, fuego en aire, y aire en conciencia— se inicia una interiorización más profunda, en la que las bases sutiles de la conciencia se van absorbiendo en su fuente. Es aquí cuando el moribundo comienza a experimentar un proceso de visiones luminosas, que la tradición tibetana describe con precisión tanto en sus manifestaciones externas como en sus signos internos y secretos.
Ponlop Rinpoché y la claridad blanca
Ponlop Rinpoché señala que en la fase de apariencia el moribundo percibe una experiencia de claridad blanca luminosa, semejante a un cielo iluminado por la luna en una mañana sin nubes. Se trata de una luminosidad vasta, serena y sin formas definidas, que surge cuando la gota blanca (bindu) heredada del padre y asentada en la coronilla comienza a descender hacia el centro del corazón.
Este descenso produce un cambio radical en el campo de la conciencia. Las agitaciones mentales asociadas al apego y al deseo cesan de manera progresiva, dejando una experiencia mental amplia y clara. Por eso se dice que la apariencia blanca está vinculada con la disolución de las emociones de apego.
Ponlop Rinpoché subraya que este estado no debe confundirse con una visión externa, como si fuera un fenómeno óptico, sino que se trata de la propia manifestación de la mente en un estado depurado. La mente ya no sostiene percepciones burdas, sino que se revela como claridad radiante. Para el practicante, este es el primer umbral en el que se vislumbra la naturaleza de la mente, aunque todavía cubierta por la dualidad sutil.
Padmasambhava y los signos de la apariencia
En el Bardo Thödol, atribuido a Padmasambhava, se señala que durante esta fase aparecen signos externos, internos y secretos que permiten reconocer el estadio alcanzado.
Signos externos: el moribundo puede mostrar un aspecto físico relajado, los ojos pierden su brillo habitual, la mirada parece fija o vaga, y el rostro se ilumina con una palidez luminosa. También se describen como signos la pérdida definitiva de la fuerza corporal y la incapacidad de articular palabras con claridad.
Signos internos: se experimenta la visión de una claridad blanca intensa que llena todo el campo de percepción. Esta claridad se asemeja a un vasto espacio sin nubes, brillante como la luna. No se distinguen formas, sino una irradiación homogénea.
Signos secretos: según Padmasambhava, en este momento el practicante entrenado puede reconocer que lo que aparece no es distinto de su propia mente. Este reconocimiento secreto es la llave para transformar la experiencia en camino hacia la liberación.
Los tres niveles de signos —externo, interno y secreto— funcionan como una guía de reconocimiento. Quien no los ha estudiado o practicado previamente puede confundirlos, pero quien está preparado comprende que se trata de un proceso ordenado y natural.
Trungpa Rinpoché y la descripción experiencial
Chögyam Trungpa describe la fase de apariencia con un lenguaje más directo y psicológico. Afirma que, tras el colapso de las facultades sensoriales, la mente entra en un estado de resplandor blanco puro, que puede sentirse como un desmayo o como una expansión ilimitada. En sus enseñanzas, destaca que este estado puede provocar tanto calma como desconcierto: calma porque cesan las luchas habituales, y desconcierto porque la mente ya no encuentra puntos de referencia familiares.
Trungpa enfatiza que este “blanco” no es una luz que se vea con los ojos, sino la cesación progresiva de todas las fabricaciones conceptuales que deja tras de sí un espacio blanco. Para el practicante, reconocer esta cesación como parte de la naturaleza de la mente es esencial. Para el no practicante, en cambio, puede vivirse como una pérdida de conciencia, un desvanecimiento o un vacío incomprensible.
El movimiento de los bindus en la fase de apariencia
La explicación esotérica de esta fase se centra en el movimiento de los bindus o gotas esenciales. En la tradición tántrica, se dice que en cada ser humano hay dos bindus fundamentales:
El bindu blanco heredado del padre, situado en la coronilla.
El bindu rojo heredado de la madre, situado en el ombligo.
Durante la fase de apariencia, el bindu blanco comienza a descender lentamente hacia el centro del corazón. Este movimiento provoca que la mente experimente la luminosidad blanca. El descenso simboliza la purificación de los oscurecimientos relacionados con el apego.
La unión final de los dos bindus se producirá más adelante, en la fase de logro, pero aquí comienza el proceso. La tradición insiste en que estos movimientos no son simples metáforas, sino procesos energéticos reales, aunque solo perceptibles internamente.
Integración de los signos externos, internos y secretos
Si reunimos las enseñanzas de Ponlop Rinpoché, Padmasambhava y Trungpa, podemos distinguir con claridad cómo la fase de apariencia está marcada por tres niveles de signos:
1. Externos: cambios visibles en el cuerpo físico —rostro pálido, mirada apagada, pérdida de la fuerza.
2. Internos: experiencia directa de luminosidad blanca, vasta y uniforme, que llena el campo mental.
3. Secretos: reconocimiento de que la luminosidad no es otra cosa que la mente en su naturaleza.
Este triple nivel de descripción busca que el practicante tenga referencias precisas para reconocer en qué punto se encuentra el proceso de la disolución. La preparación consiste en familiarizarse en vida con la claridad de la mente a través de la meditación, de modo que en la fase de apariencia esa claridad no sea vivida con temor, sino con confianza.
Importancia espiritual de la fase de apariencia
La fase de apariencia es, en términos de práctica, un primer portal hacia la luz clara. Si en este momento el moribundo logra reconocer que la luminosidad blanca no es algo externo, sino la mente misma, ya se encuentra muy cerca de la liberación. Sin embargo, dado que todavía existe un cierto grado de dualidad, la tradición enfatiza la necesidad de no aferrarse ni rechazar, sino permanecer en la ecuanimidad.
Padmasambhava lo expresa con claridad: “Cuando veas la claridad blanca semejante a la luz de la luna en un cielo despejado, reconoce que es tu mente; no la sigas, no la rechaces”. Trungpa, por su parte, recomienda confiar en esa vastedad como en un espejo, dejando que la mente repose sin fabricar pensamientos.
Para el practicante del Vajrayana, estas instrucciones son centrales, pues permiten transformar la fase de apariencia en un auténtico camino hacia la realización.
hasta aquí los aportes de Padmasambava, Trungpa.
La fase de Apariencia en la disolución sutil según W.Y. Evans-Wentz
Introducción: la mediación textual de Evans-Wentz
La obra de Walter Y. Evans-Wentz, particularmente su traducción y compilación del Bardo Thödol bajo el título The Tibetan Book of the Dead, fue uno de los primeros intentos sistemáticos de introducir las enseñanzas tibetanas del morir en Occidente. Aunque su versión incluye notas teosóficas y cierta interpretación influida por su contexto cultural, constituye un testimonio fundamental, pues preserva pasajes esenciales de las instrucciones atribuidas a Padmasambhava.
En lo que respecta a la fase de Apariencia, Evans-Wentz ofrece tanto la traducción de los textos litúrgicos que describen esta experiencia como comentarios explicativos. Su mirada, si bien a veces teñida de categorías occidentales, conserva la descripción esencial de la aparición de la luminosidad blanca y de su función como portal hacia la liberación.
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La aparición de la claridad blanca según Evans-Wentz
En uno de los pasajes que Evans-Wentz traduce, el texto señala:
> “Entonces, la consciencia entra en un estado en el cual todo el espacio aparece como un cielo claro y blanco, semejante a la luz pura de la luna en un cielo sin nubes. En ese momento, no se debe temer, ni desear, ni aferrarse: lo que aparece es la luminosidad de la propia mente.” (The Tibetan Book of the Dead, Evans-Wentz, 1927, p. 101).
Aquí se presenta de manera directa el signo interno de la fase de Apariencia: la visión de un campo mental completamente blanco, limpio y vasto. Evans-Wentz subraya que el texto insiste en que el moribundo no debe confundir esta claridad con algo externo, sino reconocerla como su propia mente.
El comentario posterior del compilador enfatiza la idea de que este estado constituye un umbral en el que la mente se halla liberada de las construcciones habituales. Evans-Wentz lo vincula con la posibilidad de liberación inmediata si se logra el reconocimiento, pero advierte que para la mayoría de los seres, este estado se desvanece rápidamente porque no están habituados a permanecer en él.
Los signos externos e internos en la traducción de Evans-Wentz
Evans-Wentz también conserva las instrucciones sobre los signos externos que acompañan esta fase. El texto describe cómo el cuerpo físico entra en un estado de laxitud extrema, la respiración se debilita, los ojos pierden movilidad y la mirada parece vacía. Se dice:
> “El moribundo se torna sereno, y la respiración se vuelve apenas perceptible. El rostro refleja una palidez, como si la luz de la luna lo bañara. Estos son los signos externos del advenimiento de la gran claridad.” (Evans-Wentz, p. 103).
Los signos internos, como ya hemos visto, se expresan en la visión de la luminosidad blanca. Y en cuanto a los signos secretos, Evans-Wentz recoge el pasaje que afirma:
> “Lo que se contempla ahora es el dharmakaya mismo, la esencia pura de la mente. Si se logra reconocerlo, no habrá más renacimiento, y la liberación será obtenida en el mismo instante.” (p. 104).
Este triple nivel —externo, interno y secreto— está cuidadosamente reflejado en la traducción, y Evans-Wentz los comenta con un interés especial en mostrar que no se trata de fenómenos fantásticos, sino de etapas internas reconocibles para el practicante.
El movimiento del bindu blanco en la versión de Evans-Wentz
Aunque Evans-Wentz no utiliza extensamente la terminología de los bindus como lo hace la tradición tántrica, sí alude a la energía sutil que desciende desde la coronilla hacia el corazón. Explica:
> “En esta fase, el principio blanco, llamado ‘la gota seminal’, desciende desde el cerebro hacia el corazón. De este movimiento surge la visión del espacio blanco, semejante a un amanecer de luna.” (p. 106).
Este comentario refleja el conocimiento de la tradición sobre el bindu blanco (thig le dkar po), transmitido en el Bardo Thödol. Evans-Wentz lo interpreta como una condensación de la energía vital paterna, que al descender provoca la percepción luminosa característica de esta etapa.
De esta forma, introduce al lector occidental en un aspecto técnico del Vajrayana, aunque con un lenguaje simplificado, evitando los términos tibetanos originales en la mayoría de los casos.
La instrucción práctica en la fase de Apariencia
Una característica valiosa de la traducción de Evans-Wentz es que conserva las exhortaciones dirigidas directamente al moribundo. El texto no se limita a describir lo que sucede, sino que insiste en cómo reaccionar:
> “Oh noble hijo, en este momento tu mente se halla bañada por la claridad blanca, como si fuera un cielo luminoso. Reconócelo, permanece en él, sin aferrarte ni temer. No lo confundas con algo externo. Es la luz de tu propio ser, el dharmakaya. Permanece en esa claridad.” (p. 108).
Este estilo exhortativo refleja la función ritual del Bardo Thödol: servir como lectura de guía para el moribundo. Evans-Wentz señala en sus notas que esta instrucción constituye el núcleo del texto, pues orienta hacia el reconocimiento de la mente en su estado primordial.
El peligro del no-reconocimiento
Evans-Wentz también comenta el riesgo que existe en esta fase: el de no reconocer la claridad. Explica que la mente ordinaria, habituada a los referentes sensoriales, puede experimentar la claridad blanca como un vacío o un desmayo. El moribundo puede perder la conciencia sin aprovechar la oportunidad de liberación.
En sus palabras:
> “Si no se reconoce esta claridad como la propia mente, la consciencia caerá en inconsciencia y se pasará sin fruto a las fases siguientes del proceso del morir.” (p. 109).
Este aspecto es importante porque muestra la diferencia entre el practicante entrenado y el ser común. El primero puede transformar la fase de Apariencia en liberación; el segundo, en cambio, la deja pasar inadvertida.
El carácter universal de la descripción
Uno de los aportes de Evans-Wentz fue destacar que estas experiencias no son exclusivas de una tradición cultural, sino descripciones de procesos universales de la conciencia. Afirma en sus notas:
> “Lo que aquí se describe no pertenece únicamente al Tíbet, sino que representa un estado inherente a toda consciencia humana en el momento de la muerte.” (p. 112).
Con esto, Evans-Wentz abrió la posibilidad de considerar las descripciones del Bardo Thödol como un mapa de la mente humana aplicable más allá del contexto tibetano, aunque sin perder su raíz doctrinal.
Conclusión: la fase de Apariencia según Evans-Wentz
La traducción y comentarios de Evans-Wentz permiten acceder a la fase de Apariencia en su riqueza simbólica y práctica. A través de sus citas podemos distinguir:
Los signos externos: el debilitamiento corporal y la palidez lunar del rostro.
Los signos internos: la visión de la claridad blanca, vasta y luminosa.
Los signos secretos: la instrucción de reconocer en esa claridad el dharmakaya mismo.
El movimiento del bindu blanco: la energía paterna descendiendo hacia el corazón, provocando la visión blanca.
La instrucción esencial: reconocer la claridad como mente propia, sin temor ni apego.
El aporte de Evans-Wentz radica en haber transmitido este conocimiento al público occidental, preservando la voz exhortativa del texto tibetano y subrayando su función práctica. Aunque su interpretación lleva huellas de su contexto cultural, el núcleo doctrinal se mantiene intacto: la fase de Apariencia constituye la primera gran oportunidad de liberación en el tránsito del morir.
Hasta aquí aportes de Evanzs Wenzs .
La fase de Apariencia y la originación dependiente
La originación dependiente: un marco general
En la enseñanza budista, la originación dependiente (pratītyasamutpāda) describe el proceso mediante el cual la conciencia errante, condicionada por la ignorancia, se proyecta en la existencia cíclica. Los doce eslabones —desde la ignorancia (avidyā) hasta la vejez y la muerte (jarāmaraṇa)— muestran cómo, paso a paso, el samsara se perpetúa a través de causas y condiciones.
En el momento de la muerte, esta cadena puede continuar de manera automática, proyectando la conciencia hacia un nuevo renacimiento. Pero la tradición tibetana enseña que, si se reconoce la naturaleza de la mente en el bardo, es posible cortar la continuidad de los eslabones y acceder a la liberación.
La fase de Apariencia constituye uno de los puntos clave en que esta posibilidad se abre.
Apariencia blanca y el cese del deseo
Según Ponlop Rinpoché, Padmasambhava y Evans-Wentz, la fase de Apariencia está marcada por el descenso del bindu blanco, que produce la visión de una claridad blanca vasta. Esta experiencia se asocia a la disolución de las emociones relacionadas con el apego y el deseo.
En términos de los doce eslabones, aquí se interrumpe momentáneamente la fuerza de los eslabones medios: tṛṣṇā (sed) y upādāna (apego, apropiación).
La sed es el impulso por aferrarse a las sensaciones y experiencias.
El apego es la fijación que solidifica el sentido de “yo” y de “mío”.
Cuando la mente se sumerge en la claridad blanca, estos impulsos se debilitan, porque ya no hay objetos de los sentidos con los que aferrarse. Es como si la rueda se detuviera un instante en el vacío luminoso.
Si el moribundo reconoce la claridad como la naturaleza de la mente, entonces los eslabones del deseo y el apego quedan cortados, impidiendo que la cadena continúe hacia el eslabón de la existencia (bhava), que es la base del renacimiento.
Los signos internos y el vínculo con la ignorancia
Paradójicamente, la claridad blanca puede ser vista de dos maneras:
Como una oportunidad de trascender la ignorancia, si se reconoce como la luz de la propia mente.
Como una expresión de la ignorancia, si se toma como una nada, como un desvanecimiento inconsciente, perdiendo así la ocasión.
Esto se conecta con el primer eslabón, avidyā (ignorancia). La fase de Apariencia es, en cierto sentido, un espejo que muestra la raíz de todo el samsara: o se reconoce la claridad y se corta la ignorancia, o se la confunde y la ignorancia se renueva.
De allí la insistencia de los textos del bardo en guiar al moribundo con frases como: “No temas; lo que aparece es tu propia mente, el dharmakaya. Reconócelo”.
Apariencia y el cese temporal de los sentidos
En esta fase también se describe la desconexión de los órganos sensoriales. Los ojos pierden su fuerza, la audición ya no funciona, y la percepción del entorno externo desaparece.
Esto puede relacionarse con el eslabón de contacto (sparśa) y con el eslabón de sensación (vedanā). En la vida ordinaria, el contacto entre los sentidos y sus objetos produce sensaciones placenteras, dolorosas o neutras, que luego alimentan el deseo. En la fase de Apariencia, al cesar el contacto y la sensación, se crea un espacio propicio para interrumpir la cadena en su base perceptiva.
El practicante entrenado reconoce este cese no como pérdida, sino como apertura hacia la vacuidad luminosa.
El aspecto secreto: la revelación del dharmakaya
Los textos del bardo insisten en que la fase de Apariencia es una manifestación del dharmakaya, la verdad última. En términos de originación dependiente, esto equivale a trascender el ciclo mismo: ver que los doce eslabones son proyecciones de la mente condicionada, y que la mente, en su base, es vacía y clara.
Si el moribundo reconoce este aspecto secreto, se rompe toda la cadena del samsara. No hay ignorancia que alimente las formaciones, no hay conciencia que se proyecte en un nuevo vientre. Lo que aparece es la liberación.
Síntesis: Apariencia como ruptura de la cadena
Podemos resumir la relación entre la fase de Apariencia y la originación dependiente así:
Cesa el contacto y la sensación → se interrumpe la base de la sed.
Cesa la sed y el apego → no se produce existencia (bhava).
Si se reconoce la claridad blanca como mente propia → se corta la ignorancia misma.
Resultado: la cadena se interrumpe, y en lugar de renacimiento, se revela la liberación.
De esta forma, la Apariencia es más que un estadio transitorio del morir: es un punto de inflexión cósmico donde la rueda de los doce eslabones puede detenerse.
hasta aquí relación de la fase de la apariencia con los vínculos de originación dependiente.
La fase de Apariencia y el eslabón de la sed en la originación dependiente
En la enseñanza budista de la originación dependiente (pratītyasamutpāda), cada eslabón encadena la existencia condicionada, mostrando cómo el samsara se sostiene a través de causas y condiciones interdependientes. Dentro de este proceso, el eslabón de la sed (tṛṣṇā) ocupa un lugar crucial: surge tras la sensación (vedanā) y constituye el anhelo, la atracción o rechazo, que mantiene la rueda de la existencia en movimiento. El Buda describió la sed como el motor íntimo que impulsa el renacimiento, pues de ella brota el aferramiento y, en consecuencia, la continuidad del devenir.
Cuando examinamos la fase de Apariencia de la disolución sutil, tal como es expuesta por Ponlop Rinpoché, Padmasambhava y Trungpa Rinpoché, encontramos que en ella se manifiesta un campo luminoso, blanco y expansivo, en el que las corrientes mentales ordinarias comienzan a disolverse. El bindu blanco, heredado del linaje paterno, desciende desde la coronilla, inundando la conciencia con claridad. Este momento refleja un tránsito en el que la mente queda despojada de sus funciones habituales y entra en contacto con una luz apacible, fría y pura, que marca el inicio del proceso de desintegración de los agregados más sutiles.
Es aquí donde podemos establecer un puente con el eslabón de la sed: la experiencia luminosa de la fase de Apariencia representa el umbral en el que la mente, privada de sus soportes habituales, se enfrenta a su tendencia más profunda a aferrarse. La claridad que se abre no está libre de peligro: la conciencia, condicionada por hábitos kármicos, puede seguir generando anhelo, deseo de retener lo que aparece o aversión ante lo que se disuelve. La tradición enseña que este momento es crítico, pues la mente puede experimentar la luminosidad primordial como un objeto de apego o de rechazo, perpetuando así la dinámica de la sed.
Padmasambhava: la mente y el hábito de aferrarse
En el Bardo Thödol, atribuido a Padmasambhava y compilado por Karma Lingpa, se describe con detalle cómo, en este estadio, la claridad blanca se extiende como el cielo despejado. Sin embargo, se advierte que la mente ordinaria tiende a no reconocer esta luminosidad como su propia naturaleza. El practicante, en cambio, es instruido para no seguir la corriente de deseo ni de rechazo, permaneciendo en la desnudez de la experiencia. Padmasambhava afirma:
> “En este instante, no te dejes arrastrar por el deseo ni por el miedo. Reconoce la clara luz como tu propio rostro, y permanecerás en el estado del dharmakāya.”
La referencia a no dejarse llevar por el deseo conecta directamente con el eslabón de la sed. El impulso de anhelar, de buscar un objeto o aferrarse a la claridad como algo externo, es precisamente lo que reenciende la rueda de la existencia. La instrucción, en cambio, señala que la liberación se alcanza cuando la mente deja de responder con sed y reconoce la experiencia como inseparable de su propia naturaleza.
Trungpa Rinpoché: la energía de atracción y la sed como hábito
Chögyam Trungpa, en su explicación del proceso de morir, resalta que la fase de Apariencia se caracteriza por un descenso de energías que producen una “atracción hacia lo blanco”. Según él, esta atracción puede volverse un momento de fascinación, donde el practicante siente una tendencia a absorberse en la luminosidad como si fuese algo separado de sí mismo. Trungpa subraya que este es el movimiento de la mente condicionada: proyecta un objeto de deseo incluso en el seno de la claridad. En este sentido, la sed aparece no solo como anhelo hacia formas sensoriales, sino como una tendencia sutil a buscar apoyos incluso en lo incondicionado.
Al vincular esto con la originación dependiente, podemos decir que la fase de Apariencia es el escenario en el que se revela el hábito latente de la sed en su forma más sutil: no solo como deseo de placer sensorial, sino como la compulsión básica de la conciencia a sostenerse, a querer apropiarse de lo que surge y a rechazar lo que se extingue.
Ponlop Rinpoché: reconocer la oportunidad de liberación
Ponlop Rinpoché, en su explicación moderna del bardo del morir, recalca que la fase de Apariencia representa una de las tres oportunidades críticas para la liberación en el proceso de disolución sutil. El practicante entrenado puede reconocer en esta claridad blanca la naturaleza fundamental de la mente. Sin embargo, advierte que el obstáculo principal es el no reconocimiento, que se debe a la fuerza del apego y de la sed. La mente, habituada a aferrarse, no descansa en la claridad, sino que la reinterpreta como un fenómeno transitorio y externo, lo que la aleja de la posibilidad de liberación.
Ponlop señala:
> “La mente se enfrenta a su propia esencia, pero por la fuerza de la costumbre, la toma como algo otro, y en esa dualidad se enciende la semilla de la continuación samsárica.”
Aquí se ve claramente cómo el eslabón de la sed se activa: la mente, en lugar de reconocer, anhela apropiarse o rechaza la experiencia, lo que inevitablemente conduce al siguiente eslabón, el aferramiento (upādāna).
El movimiento de los bindus y la sed
El descenso del bindu blanco en esta fase no es solo un fenómeno energético, sino un espejo de cómo la mente se vacía de referencias habituales. Según los comentarios tibetanos, este descenso abre un espacio de pureza y frescura que puede ser confundido con un objeto externo de fascinación. En ese momento, el anhelo de retener la claridad o de prolongar la experiencia se conecta con la sed, que convierte lo incondicionado en un objeto de apego. Así, la dinámica energética y la dinámica mental convergen: la claridad pura se vuelve el escenario donde la sed se activa o se disuelve.
Conexión doctrinal: sed como raíz del samsara
En el Samyutta Nikāya, el Buda declara:
> “De la sensación surge la sed; de la sed surge el aferramiento; del aferramiento, la existencia.”
Aplicado a la fase de Apariencia, vemos que al desaparecer los soportes habituales, lo que surge es una sensación de amplitud y claridad. Si a esa sensación la mente responde con sed, el ciclo continúa. Si, en cambio, se reconoce sin anhelo ni rechazo, se corta la cadena de la originación dependiente y se revela la posibilidad de liberación.
La fase de Apariencia, entonces, puede entenderse como un laboratorio natural en el que la mente se confronta con la raíz misma de la originación dependiente. Allí, la sed no es ya un impulso burdo hacia los objetos sensoriales, sino la manifestación más profunda de la ignorancia: el hábito de no reconocer la mente como mente, y de buscar algo a lo cual aferrarse.
Hasta aquí la relación entre la fase de la apariencia y el eslabón de originación dependiente de la sed.
Análisis simbólico de la fase de Apariencia en la disolución sutil
La enseñanza del bardo del morir nos muestra cómo, en el momento en que la vida ordinaria se extingue, la conciencia transita por estadios progresivos de disolución. En el plano de la disolución sutil, la primera etapa es conocida como fase de Apariencia (snang ba), en la que emerge un campo de claridad blanca, luminosa, vasta y apacible. Este fenómeno no es meramente fisiológico ni psicológico, sino que posee una dimensión profundamente simbólica dentro del camino budista, ya que refleja la dinámica de la mente y su vínculo con la sabiduría primordial.
El análisis simbólico permite comprender cómo las imágenes y experiencias descritas en los textos —el bindu blanco descendiendo, la claridad como un cielo de luna llena, la frescura y la amplitud— constituyen expresiones de arquetipos espirituales que, lejos de ser decorativos, funcionan como puentes de reconocimiento entre la experiencia del morir y la práctica meditativa.
La blancura como símbolo de pureza y vacuidad
En la fase de Apariencia, se describe la irrupción de una claridad blanca que envuelve la conciencia. Esta blancura no se refiere a un color en sentido ordinario, sino a la metáfora de la pureza inmaculada de la mente cuando las impurezas del pensamiento discursivo comienzan a disolverse. En el budismo tibetano, el blanco simboliza lo no contaminado, la apertura y la vacuidad.
El Bardo Thödol compara esta experiencia con el cielo iluminado por la luna. La luna, en la iconografía budista, simboliza la sabiduría discriminativa (prajñā) que ilumina sin quemar, que disipa la oscuridad de la ignorancia y ofrece serenidad. En este sentido, la claridad blanca de la fase de Apariencia es un símbolo viviente de la vacuidad: no hay nada sólido a lo cual aferrarse, solo una presencia vasta y fresca que refleja la naturaleza de la mente.
El bindu blanco y la herencia paterna
La tradición señala que, en este estadio, el bindu blanco, relacionado con la esencia del semen paterno, desciende desde el chakra de la coronilla hasta el centro del corazón. Simbólicamente, este descenso puede leerse como el retorno de la energía vital a su origen. El elemento paterno, que en la concepción aportó la semilla de la vida, se repliega ahora hacia el centro del ser.
Este movimiento encarna un arquetipo de regreso: la energía que dio inicio a la vida retorna a su raíz, como el río que fluye al océano. En términos simbólicos, el descenso del bindu blanco expresa el principio de integración: la vida que se desplegó en multiplicidad vuelve a recogerse en la unidad luminosa de la mente.
Además, el hecho de que sea el bindu blanco el que se activa primero, revela que la experiencia inicial de la disolución sutil está teñida de la cualidad masculina del despertar: claridad, apertura y expansión.
Apariencia y espejo
El término "apariencia" (snang ba) sugiere el modo en que la mente se refleja a sí misma. No se trata de una apariencia engañosa, sino de un espejo luminoso en el que la conciencia contempla su propio rostro. El simbolismo del espejo es central en el budismo tibetano: representa la mente en su estado natural, capaz de reflejar cualquier fenómeno sin ser manchada por él.
En la fase de Apariencia, la conciencia experimenta justamente eso: una transparencia prístina en la que todo se refleja sin obstáculo. El practicante entrenado reconoce en ello la manifestación del Dharmakāya, el cuerpo absoluto de la realidad. Quien no está entrenado, en cambio, puede percibir esta claridad como un objeto externo, reforzando así el dualismo sujeto-objeto y perdiendo la oportunidad de liberación.
El símbolo de la frescura
Los textos describen la experiencia de esta fase como acompañada de una sensación de frescura. La frescura, en el simbolismo tibetano, alude al contacto con lo inmaculado, al renacer espiritual. En el contexto del morir, la frescura simboliza que, aunque la vida condicionada se extingue, la mente está tocando un nivel de realidad no corrompido por el samsara. Es el signo de que se abre una posibilidad de liberación.
El practicante puede reconocer en esta frescura la metáfora del amanecer: una luminosidad que no abrasa, sino que invita a permanecer en quietud. Este símbolo se conecta con la instrucción de Padmasambhava de “permanecer sin distracción en la clara luz”, pues la frescura invita al reposo y a no seguir los hábitos de la mente errante.
El simbolismo de la desnudez
Al entrar en esta fase, los pensamientos discursivos se disuelven. Lo que queda es la conciencia en su desnudez esencial. El símbolo de la desnudez, en la literatura tántrica, alude a la mente libre de artificios, sin ropajes conceptuales. La claridad blanca es, entonces, el símbolo de la mente tal como es, antes de que surjan construcciones dualistas.
Esta desnudez puede vivirse como liberación o como amenaza. Para quien reconoce, es la oportunidad de unirse a la sabiduría primordial. Para quien no, es un vacío inquietante que despierta el anhelo de sostener algo: precisamente la dinámica de la sed que reactiva el samsara.
Apariencia como umbral
Simbólicamente, la fase de Apariencia es un umbral. No es aún la liberación, pero tampoco es ya la vida ordinaria. Es el pasaje en el que la conciencia toca una claridad más allá del tiempo y del espacio, y debe decidir, por así decirlo, si la reconoce o si la transforma en un objeto de apego.
Los textos describen esta etapa como el inicio del “proceso de reconocimiento”: la mente se enfrenta a sí misma y tiene la oportunidad de reconocerse. Por eso, esta fase simboliza la frontera entre el samsara y el nirvana.
Relación con la tríada simbólica: Apariencia, Aumento y Logro
En el conjunto de la disolución sutil, la fase de Apariencia representa el primer paso de una tríada simbólica: Apariencia (blanco), Aumento (rojo) y Logro (negro). Esta tríada corresponde también a una simbología universal en el budismo tibetano: blanco (sabiduría de la claridad), rojo (sabiduría del discernimiento y de la compasión) y negro (el vacío total en el que se revela la luz clara).
Así, la fase de Apariencia, con su blancura radiante, simboliza el primer acceso a la sabiduría primordial. Es el inicio de un viaje simbólico en el que la mente atraviesa diferentes modos de luminosidad hasta llegar a la luz clara final.
La instrucción simbólica
En el Bardo Thödol, Padmasambhava ofrece instrucciones simbólicas precisas:
> “Oh noble hijo, ahora la clara luz de la Apariencia se abre ante ti. Reconócete en ella como en un espejo. No la tomes como algo otro, no te distraigas, pues si la reconoces serás liberado en el dharmakāya.”
El espejo, la clara luz, el reconocimiento: todos son símbolos pedagógicos que guían al moribundo a atravesar esta fase. El símbolo no es mera poesía, sino una herramienta sagrada de orientación, diseñada para que el practicante sepa cómo responder a lo que acontece.
Esta imagen cubista, bajo la lupa junguiana, es una representación de la psique confrontando la realidad fragmentada del inconsciente. La imponente Luna Llena simboliza el arquetipo de la totalidad y la feminidad, iluminando el caos de las apariencias. El rostro humano y las formas descompuestas reflejan el ego del héroe en proceso de disolución, un viaje hacia el umbral de la autotrascendencia. El estilo cubista, con sus múltiples perspectivas simultáneas, denota la desintegración de la percepción lineal y la emergencia de realidades psíquicas más profundas. Las apariciones fragmentadas de elementos cotidianos (casa, objetos) son símbolos arquetípicos que surgen del inconsciente colectivo, revelando la estructura subyacente de la psique. Esta "disolución de apariencias" no es una aniquilación, sino una deconstrucción necesaria para la individuación, donde el ego se rinde a una comprensión más vasta. La imagen evoca la confrontación con la sombra y la integración de los opuestos, un paso crucial hacia la totalidad del ser. En esencia, la pieza ilustra el viaje hacia la conciencia plena, despojándose de lo superfluo para revelar la esencia arquetípica.
Hasta aquí el análisis símbolico de la fase de la apariencia.
Hasta aquí el desarrollo de la etapa de la apariencia de la fase de disolución sutil, del bardo del morir.